
Trujillo, la
Turgalium romana que llegó a ser reino de Taifas, conserva todo el sabor de su época de esplendor como hervidero de conquistadores: Pizarro (Francisco y Gonzalo), conquistadores del Perú, Francisco de Orellana, explorador del Amazonas, Jerónimo de Loayza, arzobispo de Lima, Gaspar de Rodas, Gobernador de Antioquia (Colombia) y tantos otros.

Francisco Pizarro vigila que todos los días se ponga el sol desde la monumental Plaza Mayor, como si añorase el mar que le llevó a apoderarse de un imperio, para mal de muchos y mayor gloria de otros.

La vida en Trujillo es apacible y sencilla. No se puede uno perder sus tostas (tostas, no tostás), ni un paseo por el caso antiguo, que es casi toda la ciudad de Trujillo, que lo es 1430 por orden de Juan II de Castilla. Desde sus murallas se domina toda la llanura que se extiende al sur y al oeste, la misma que vigila Pizarro desde su caballo de granito.

Esta llanura, separa a Trujillo de otras comarcas, alguna de nombre tan elocuente como Conquista de la Sierra.

Esta ciudad de granito, construída a la solana sobre un promontorio de granito, es un sitio para quedarse a vivir...

...o, como mínimo, para visitar despacio.